Ya están afuera, ya van a decidir cómo ir; Pablo quiere tomar un vehiculo particular, de esos que te llevan a cualquier lado, de esos que traían a Lupe hasta ahora: contenta, fresca, sinvergüenza, conchuda de la vida, él quiere ir tranquilo, quiere que Manuel entienda que necesita estar tranquilo; Manuel camina rumba al paradero de carros colectivos, los que dan asco, los que matan la alegría de la tranquilidad – si pudieran matar la tristeza, la soledad –, carros colectivos que están atiborrados de miles de Lupes: viejas que engañan a los años, viejas que golpean el dolor, viejas que no pueden hablar, que no pueden gritar, que no pueden llorar, viejas que no pueden decir te quiero porque si quieren, aman; si aman, extrañan; si extrañan, necesitan; y si necesitan, y si las viejas necesitan simplemente mueren de amor.
La ventana del horrible y depresivo trasporte público golpea transformado en reflejo a Pablo, pero a la vez (paradójicamente) lo consuela: es pared del agua que revienta de sus ojos, es roce maternal de sus mejillas y es – a pesar de todo eso – una mierda, una mierda como Manuel, quien lo hace subir en eso; Manuel trata de no darse cuenta, no quiere pensar que está yendo a ese lugar, donde nacen y mueren, donde se dibuja y se borra, donde se habla y se calla, donde – maldita sea – está ella; no quiere enterarse que ella está allá, quiere ir a ver a su amigo, al papá de su amigo, a la mamá de su amigo (para tratar de sentir dolor) pero no a ella, no a ese lugar. Los intentos de Manuel por desaparecer se frustran al cruzarse con la mirada comprensiva y rojiza de Pablo, los intentos se transforman en abrazo y este en llanto.
El carro se detiene: el infierno les abre los brazos; bajan con señoras que llevan canastas llenas de frutas y libros, libros que en la vida leería Manuel, “porque el es un ganador”, los libros serán asiento de espera para los muertos; también baja con ellos un pequeño señor, de aspecto de sin familiares, de aspecto de profesor jubilado, de aspecto que va a visitar alguien; Pablo no se da cuenta y baja desesperado, Manuel lo sigue atrás mientras observa que su hermano saluda a Berta, la abraza, la abraza y llora, Manuel no puede más, entiende lo que está pasando, entiende el porqué del vehiculo particular, entiende el porqué de la tranquilidad, de la de ahora eterna tranquilidad.
Doña Guadalupe Castillo, madre de la señora Berta García, la cual es madre – a su vez – de Pablo y Manuel Seminario, ha muerto el día 8 de agosto de 2009 a las 4:37 P.M..
miércoles, 11 de noviembre de 2009
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ResponderEliminarOye Javier te quiero felicitar; hace días que no tenía una tan buena excursión literaria, tengo ganas de leer un poco más. El cuento; la narrativa en general; es un género que me conmueve mucho. Te invito a seguir escribiendo asi de bueno. Tienes un seguidor.
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